Oaxaca se distingue por conservar vivas sus tradiciones en sus habitantes, sus casas, sus festividades y su cocina. Penetrar en el mundo gastronómico de esta entidad, es adentrarse en un universo sorprendente por su diversidad y coherencia.
La cultura gastronómica ha Incorporado elementos supervivientes de la cocina prehispánica y los ha hecho propios, así como los procesos y la preferencia por los productos locales; a esto habría que añadir la inventiva e Imaginación que han logrado combinaciones que maravillan por su colorido, aromas y sabores.
La comida oaxaqueña tiene colores de los que algunos platillos toman su nombre, como los moles verde, colorado, negro y amarillo, que matizados crean la famosa gama de los siete moles regionales.
Además, Oaxaca produce quesos propios como el quesillo oaxaqueño, considerado como uno de los mejores del mundo; sus chiles nativos, como los chíhuacles rojos y negros y el orégano oaxaqueño, participan en la singularidad de su cocina.

Un aspecto sobresaliente de la gastronomía es la interminable lista de antojitos locales y el aprovechan de los insectos, como en sus bebidas los gusanos acompañados con la copa de mezcal.
Todo se combina en una aventura plena de sabores y colores, paisajes e historia, fértiles valles y serranías desérticas, paraísos olvidados y playas vírgenes pero, sobre todo, en una memoria del pasado que vive en las costumbres ancestrales; he ahí la Noche de los Rábanos y la gastronomía, hombres y mujeres y hombres fieles a su idiosincrasia o los tradicionales lunes del cerro de la Guelaguetza.
Hay bocadillos que vale la pena probar, para quedarse con los guisos fuertes después: Chapulines doraditos, empanadas de amarillo, salsita de gusano de maguey, totopos, quesillo, chorizo bien frito o memela con asiento.
Los conocedores, o que ya han probado la variedad de platillos de la región, aseguran que además de los moles, es imposible hacerle el feo al estofado, los chiles rellenos y los famosos tamales oaxaqueños, envueltos en hoja de plátano. Hay también unas aguas de Casilda, que no son filtro de brujería para el amor, sino para quitar la sed, y que se hacen de horchata con tuna y nueces, de chía o de limón rallado, entre otras frutas. Sin embargo, ello no evita el que de pronto aparezcan por allí una sopa de ejotes con chepil, o de garbanzo y frijol tostado y molido, un caldillo de nopales, continuados con otros moles, tal vez el manchamantel o el coloradito. Y para que tanto bocado no se atore en la garganta, las bebidas se multiplican al mejor gusto.
Por último, si de postres se trata, en la entidad no hay pero que valga. Si la gloria está en los cielos, la repostería de Oaxaca es uno de sus anticipos. No en vano adquirieron gran refinamiento en los conventos.

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